Viajeros en India han existido muchos, pero pocos como aquellos que, una vez han disfrutado de este país, tratan de contagiar su pasión al resto del mundo. Un buen ejemplo es la carta de Lola Mezquita. Una carta que se convierte en un perfecto relato de viaje en el país al que “volver, volver…porque siempre me sabe a poco”.
Escrito por: Lola Mezquita
«Mi primer contacto con la Sociedad Geográfica de las Indias fue en 2013. Con cincuenta años cumplidos, viuda y sin poder trabajar como consecuencia de un tumor cerebral afortunadamente intervenido, comprendí que era mi momento para embarcarme en una aventura largamente deseada. Aunque ya había viajado a Asia, por distintas razones – hijos, trabajo, otras preferencias por parte de mi marido- lo cierto es que La India se iba convirtiendo en mi asignatura pendiente. Ya llevaba un par de años viajando con grupos de gente sola, y buscando en las distintas webs de viaje el que se amoldara a mis gustos y necesidades sin que ninguno terminara de convencerme, sobre todo, porque estaba decidida a ir sola.
Los amigos que, dentro de mi círculo, ya habían estado en La India me dejaron claro que este viaje no deja indiferente a nadie – hemos estado tres veces – decían unos – es maravillosa- o, por el contrario – no volvería jamás – aseguraban otros con rotundidad. En consecuencia, la certeza de que La India te enamora o la aborreces, me hizo comprender que este viaje tenía que hacerlo a mi medida, porque el éxito dependería, en buena parte, de que el operador comprendiera mi situación y mis deseos además de cumplir con mis expectativas.
Contacté, a través de la web, con un par de agencias especializadas en La India y así fue como, tras mantener varias largas conversaciones telefónicas con Marina y recibir su propuesta de viaje, decidí acudir desde Pamplona, donde vivo, a Madrid para conocer la agencia. Como consecuencia hice el primero de los cuatro viajes que, hasta ahora, he realizado con Sociedad Geográfica de las Indias.
Y sí, yo también me enamoré de La India. Ir a La India es viajar a otro Universo, exótica y sorprendente, llena de contrastes, donde la belleza y la riqueza llegan al límite y a su contrario, los colores vivos y chillones, los perfumes intensos en los que se mezclan los aromas más sutiles del jazmín y las guirnaldas de flores para los templos, de la pimienta y la canela con la suciedad dejada por las vacas que campan por sus fueros. Me enamoré de la increíble belleza y riqueza de sus monumentos y sus paisajes, del bullicio de sus ciudades y la maravilla viviente de sus parques naturales y, sobre todo, de sus gentes amables, inteligentes y trabajadoras. ¿Cómo sino podrían haber tallado esas preciosas filigranas en la piedra más dura para construir templos donde adorar a sus dioses o tumbas donde honrar a sus muertos?
Recuerdo, de mi primer viaje , la obsesión que tenía por conocer el Taj Mahal y mi pasmo al descubrir que todos los días, todos, desde Delhi a Khajuraho, pasando por Agra y el Rajastán, me esperaba un desfile inagotable de joyas monumentales que competían entre sí en belleza, originalidad y mérito arquitectónico : el parque Lodi, el minarete, la mezquita y el fuerte rojo de Delhi; el espectacular fuerte de Jodhpur, rivalizando con el de Jaipur y la magia de Jaisalmer , la ciudad fortaleza que parece sacada de las mil y una noches, donde no nos sorprendería tropezar con una alfombra voladora, ya que encantadores de serpientes sí los hay. Y, en todas partes, como flores salpicando paisajes casi desérticos, el deslumbrante colorido de las mujeres ataviadas con sus hermosos saris.
En lo opuesto, Kerala y Periyar, donde la naturaleza se muestra en todo su esplendor de verdes, agua y flores.
La sensación de embrujo que me embargó en el primer día no ha cesado en ninguno de los viajes que he realizado después, por el contrario, la impresión de estar en un lugar encantado, con o sin encantadores de serpientes (que los hay), nunca ha ido en descenso ante los descubrimientos posteriores . Cómo describir la belleza de Badami (¿la Petra de Karnataka?) y sus templos excavados en la roca viva, en unos montes del color de las almendras a las que debe su nombre (badami significa almendra en canarés), en su centro un lago al que las mujeres de la aldea acuden para lavar y tender la ropa.
Cómo expresar la belleza rotunda de Tamil Nadu, la riqueza increíble de sus templos policromados o la pureza de formas de los templos monolíticos, la cordialidad de sus gentes, los colores del atardecer en el templo costero y el bullicio, el olor del mar y la alegría de las playas al llegar los pescadores con sus barcas poco antes de la puesta de sol. Las fotos a la gente que posa, se ríe y te cita para que poses con ellos mientras mi guía Virendra oficia de embajador facilitando el contacto con la extranjera rubia y sonriente que, entre risas y juegos con los niños no cesa de sacarles fotos a todos. En ocasiones, también el chófer se presta, como cuando Raghu nos metió en una pequeña aldea cerca de Madurai al salir del colegio los niños y, aprovechando que había un chaval vendiendo helados, me llevó por toda la aldea como flautista de Hamelin seguida del carrito del helado y rodeados de niños, al principio, pero después también de las madres, abuelas y abuelos , de los padres que volvían del trabajo o lo interrumpían para apuntarse al inesperado y refrescante helado, siempre acompañados de los perros y hasta las cabras y alguna vaca que, junto a las risas de niños y mayores, nos rodeaban.
Y Hampi, la ciudad que en el siglo XIV fue la más grande del mundo exceptuando a Pekín y cuyas ruinas es imposible visitar en menos de 3 días por su extensión, calidad y variedad, que te deja atónito al descubrir su riqueza y comprender, de pronto, la escualidez de nuestra pobre educación occidental que me había mantenido, hasta ese momento, en la inopia de su existencia. Como colofón, se puede terminar la experiencia en los parques nacionales de Kabini y Bandipur para ver tigres, leopardos, búfalos, bisontes, elefantes , aves de todo tipo y cientos de ciervos moteados o chitar.
Para finalizar, no quiero dejar de referirme al último viaje, el que realicé entre el 6 de octubre y el 8 de noviembre del pasado 2018. Además de ir a Amritsar para contemplar el Templo Dorado (en realidad de oro) de los sijs, en este cuarto viaje tenía el capricho de volver al Rajastán a recordar sus míticas ciudades y fuertes, pero también para introducirme en su interior, visitar aldeas y conocer los sitios más recónditos y menos visitados. Me habló Marina, sabiendo mi gusto por la naturaleza y los animales salvajes, de un pequeño pueblo llamado Bera , al parecer rodeado de leopardos y al que sólo había llevado a una pareja que quedó encantada. Ha sido una de las mejores experiencias en viaje de mi vida.
En primer lugar, nadie me había hablado de la belleza absolutamente virgen de ese lugar. Hay que decir que no es un parque nacional, por lo que la libertad de movimiento es mucho mayor, pero su conservación es exquisita, probablemente gracias a la dedicación del dueño de Bera Castle. Éste señor, llamado Baljeet Singh, perteneciente a la realeza de La India al ser familia directo del actual Marajá de Udaipur. Enamorado de su tierra y de los leopardos, destina varias alas de su Castillo (en realidad un gran caserón o finca de campo) en el que él mismo habita con su familia, al alojamiento de huéspedes. En concreto, tiene cinco habitaciones dedicadas a hotel. La habitación que ocupé tiene alrededor de 80 m2, salón, 2 dormitorios, 2 baños, tocador y cuarto para las maletas, todo ello con ventiladores y aire acondicionado. Toda la decoración parece sacada de una casa noble española de hace cien años, con fotografías de la familia del Marajá y él mismo, algunas de cuyas mujeres recuerdan a pinturas de Romero de Torres : hermosas morenas que podrían haber sido andaluzas. El desayuno, la comida y la cena están incluidos en el alojamiento y se realizan en el comedor de la casa en compañía del dueño de la misma, que disfruta de la conversación con sus huéspedes e instruye al viajero con su conversación interesante y variada. La cordialidad de este señor es excepcional.
El día se inicia mucho antes del amanecer con un safari en un 4×4 descubierto en el que un buen conocedor de los leopardos, su hábitat y sus costumbre te lleva para encontrarlos. La verdad es que hay unos 80 leopardos en la zona y la excitación de buscarlos y encontrarlos es muy alta, sobre todo porque su hallazgo está casi garantizado, pero lo mejor es que el lugar es fantástico. Se sube con el coche, en absoluta soledad, olvidados de caminos por las puras rocas pulidas y empinadas, por pendientes impensables para un todoterreno, hasta llegar a escasa distancia de la guarida del animal, la suficiente para verlo sin estorbarlo. La inmensidad del paisaje, entre rocas planas y lagos, el silencio y la belleza del lugar es tan sobrecogedora, que si se ve al leopardo (que casi siempre se ve) tanto mejor, y si no aparece, si está escondido, si se ha retrasado cazando y no acude a la cita, no hay frustración posible porque el mero hecho de contemplar el amanecer allí es recompensa suficiente.
Después de comer se hace otro safari y al volver el dueño del hotel invita al viajero a compartir una copa con él en el jardín, o quizás cerca de la guarida del leopardo, para contemplar la luna reflejada en el lago y comentar las experiencias del día.
Tras completar mi periplo por el Rajastán y pasar tres días en Ranthambore, uno de los más hermosos parques nacionales de La India y tener la suerte de contemplar a placer nada menos que cuatro tigres, volví a Delhi para volar a Assán, en el extremo más oriental de La India, al sur de Bután.
Es esta una zona poco conocida de La India y diferente del resto, en la que tanto los paisajes como las gentes se parecen más a los propios del sudeste asiático. Húmedo, verde, plagado de cascadas es una zona limpia y la temperatura, en noviembre (pero creo que casi todo el año) muy agradable. Es un lugar para disfrutar de la naturaleza haciendo caminatas y trekings, la mayoría de ellos accesibles. Una de las atracciones de este paraje es ver los puentes vivientes en Maghalaya. Son construcciones realizadas con enormes ficus con lianas, llamados banianos, de tal como que, sin cortarlos ni dañarlos, se conducen y trenzan sus ramas y lianas de forma que se convierten en auténticos puentes, algunos incluso con suelo de tierra, que sobrevuelan el río de lado a lado y permiten cruzarlo con total seguridad. Bien es cierto que yo no vi los más famosos, dado que la necesidad de bajar más de 3.000 escalones de piedra que, inevitablemente, debía subir para volver, hizo que me conformara visitando otro puente que exigía menor esfuerzo físico. Las ollas de montañas con mares de nubes, las cascadas y lagos así como la explosión de verdes y flores justifican sobradamente el viaje.
En mi caso, lo rematé con una estancia en Kaziranga. En este parque nacional, de gran belleza paisajística, es fácil ver rinocerontes y también elefantes, aunque éstos últimos no siempre son salvajes. El hecho de que los circuitos sean cortos y la hierba muy alta ( en ciertos sitios más de 3 metros) dificulta el encuentro con los animales y quita algo de emoción al safari al descartar el avistamiento de tigre y casi de ciervos, que quedan totalmente cubiertos por la vegetación. Sin embargo, la posibilidad de montar en elefante con silla (no con cesta) y llevarlo al baño en el río, de realizar un safari de rinoceronte montado en el elefante sobre la grupa y rodeado de un montón de elefantitos bebé, la hermosura de la naturaleza y la amabilidad del personal del hotel-resort junto al río Diphlu River ( sabiendo cuánto me gustan los elefantes llevaron uno al hotel para que me montara “a pelo” y ni siquiera aceptaron cobrar por ello) hacen de la estancia una experiencia sumamente agradable.
Y volver volver….siempre, otra vez.»
Lola Mezquita
Lola, me encantan tus viajes. Yo tambien estoy sola. Si necesitas compañía, llámame. Dispongo de todo el tiempo del mundo