Escrito por: Alberto Piernas
El matrimonio que partió en busca de una estrella de mar
Tumbada en la cama, Eva suspiró al ver su cuadro «Estrella de mar Índica» colgado en la habitación matrimonial de su coqueto piso de Madrid. Para Eva, aquel cuadro era especial porque la estrella de mar simbolizaba la pasión que ya no encontraba entre sus sábanas; las mariposas que sentía en la época en que lo pintó. Cuando conoció a su marido, Diego.
Diego era farmacéutico y aunque nunca llegó a encontrar en el arte la forma de expresar sus emociones, sí era mucho más tierno que su esposa. Tras muchos años de trabajo, se disponía a ceder su empresa en pos de una vida de prejubilado que pensaba aprovechar sucumbiendo a todos aquellos lugares a los que nunca fue, siendo Maldivas uno de ellos.
Tosco y cabezón, Diego insistió con ir a Maldivas mientras tomaban sopa en el salón. Y aunque Eva renegó en un primer momento, una última mirada hacia el cuadro que colgaba en la pared terminó de convencerla. De sembrar en ella una extraña intuición.
Cuatro meses después, Diego y Eva tomaron un avión desde Madrid rumbo a Maldivas. Hicieron escala en Nueva Delhi, donde tuvieron tiempo de visitar algunos de los grandes encantos de la ciudad como los mercados de Chandni Chowk o el majestuoso Lotus Temple. Una jornada en la que Diego se limitó a admirar todo cuanto visitaban mientras Eva leía novelas eróticas camufladas bajo títulos de novela rosa en el coche privado que les condujo por toda ciudad.
Finalmente, tras varias horas de vuelo, aterrizaron en Male, la capital de Maldivas. más concretamente en un aeropuerto semiflotante donde un yate de lujo llegó para recibirlos y transportarlos al cercano atolón de North Male, lugar donde yacía Baros Maldives, un resort paradisíaco asomado al océano Índico. Habían leído mucho sobre él, sobre sus villas y posibilidades, pero poco podían imaginar que la brisa, el servicio y sus atracciones convertirían a Baros en ese lugar que superaría todas las expectativas.
– Creo que iré a pintar – le dijo Eva a su marido horas después de dejar las maletas en la habitación.
Diego esperaba un «Vayamos juntos a la playa», pero asintió algo decepcionado y se quedó en la habitación.
Tal fue así, que también Eva sintió la necesidad de entrar en la bañera y avanzar, poco a poco, hacia un marido cuya piel lucía más dorada que nunca. Uno que la miraba con ojos de deseo dispuesto a tomarla allí, bajo una luna que parecía brillar más que en los últimos 25 años.
Y así, transcurrió una noche de pasión inesperada entre aquellos dos amantes, tan familiares y desconocidos, acariciados por la brisa. Envueltos por la humedad de sus cuerpos y el gozo de los placeres más íntimos.
– Echémosle la culpa a la cayena de la cena – le dijo Diego a su esposa con una sonrisa pícara antes de explorar su cuello en busca de nuevos secretos.
Tras horas y horas haciendo el amor en diferentes lugares de su villa, mirando al mar y a sus ojos, a las espaldas aún mojadas y los labios que tanto se provocaban, Diego y Eva fumaron un cigarrillo en el deck de la piscina totalmente desnudos. Fue entonces cuando aceptaron que aquel lugar de Maldivas había despertado en ellos sensaciones que yacían dormidas desde hacía mucho tiempo. Quizás porque estaban lejos de la rutina, por la comida o la brisa. Porque Baros Maldives estaba totalmente diseñado para convertir lo imposible en posible
Todo ello, por no hablar de los arrumacos y la pasión que experimentaron en el Piano Deck, ese pabellón de madera soñado (y privado) que emerge en mitad del mar recordándoles aquel lugar al que nunca fueron durante su luna de miel.
Tras una semana de pasión, amor y cayena en Maldivas, de envolverse desnudos en las aguas para saltar a su King Size, Eva y Diego hicieron las maletas dispuestos a regresar al aeropuerto, más sonrientes que nunca. Sin embargo, antes de abandonar la villa, decidieron darse un último baño en la piscina. Diego volvió a acercarse a ella y a besarla en el cuello mientras Eva levantaba la mirada sobre el borde la piscina que se confundía con el océano.
El mismo en el que, en algún momento, avistó una estrella de mar rosa salpicando el azul de sus sueños.
Y sonrió.