En el Día Mundial de la Luz, mantener encendida la llama de la ilusión se convierte en una obligación más que en una sugerencia. Especialmente, en un año en el que necesitamos, más que nunca, de nueva inspiración.
Escrito por: Alberto Piernas
Historia de la luz a través de los viajes
Si le preguntas a un científico qué es la luz, éste te dirá que forma parte de la radiación electromagnética percibida por el ojo humano. Que Isaac Newton escribió las primeras leyes de la luz para aquellos científicos como Thomas Young que, a finales del siglo XIX, confirmó que la luz viajaba a través de ondas. Y así, generación tras generación, la luz ha sucumbido a exhaustivos estudios, ecuaciones y teorías que explican el origen que alimenta ese flexo o lamparita de noche que te permiten pasar las horas leyendo.
Sin embargo, también existe una historia paralela de la luz. Una escrita a través del corazón y los lugares, de emociones alimentadas por una llama que solo nosotros, el ser humano, podemos mantener encendida.
Farolillos en Hoi An, Vietnam. © Mochileando por la Vida
En primer lugar, tenemos la luz de la magia, la cual permite recrear esos lugares o sensaciones que burlan los límites de la imaginación. Este ejemplo podría pertenecer a Hoi An, el pueblo de los farolillos de Vietnam donde, cada tarde, cientos de luces de colores invitan a sumergirse en este particular «País de las Maravillas» asiático.
Luciérnagas en el estado indio de Maharastra. © Mongabay
A su vez, existe la luz de la naturaleza. Señales que nos advierten del peligro de nuestros ecosistemas. Los mismos que, de forma paradójica, se han visto beneficiados durante estas semanas de confinamiento a causa del COVID-19. Luces que crecen en los bosques más frondosos, en la estela de manadas de animales o en motas de luz tropicales como las luciérnagas que encontramos en Maharastra, en India, en los humedales de Laos o las cuevas subterráneas de Puerto Princesa, en Filipinas.
Velas en el río Ganges, en Varanasi. ©Pixabay
Pero pocas se comparan a la luz de la fe. A diario, miles de personas en India descienden por los ghats de Varanasi para llamar a la suerte, a la buena fortuna que solo entiende un río Ganges que separa los confines de la razón y la fe en forma de cientos de velas flotantes sobre aromáticas caléndulas. Se trata de mantener la luz encendida en la adversidad, de invitar a los dioses a formar parte del plan.
Himalayas iluminados. © Wallpaper Abyss
Y de repente, el silencio. Pero no cualquiera, sino el de los Himalayas. En unos días en los que India ha podido contemplar el techo del mundo desde la lejanía gracias a la total ausencia de contaminación, seguir soñando con esos templos acariciados por el viento se convierte en la mejor razón para seguir avanzando. Especialmente, durante un anochecer en el que las pocas luces de pueblos perdidos se confunden con las del cielo. Los destellos del silencio en los lugares más insospechados.
Paradoja, así sería el salto desde el lugar más alto del mundo, al más bajo: ¡Maldivas! El paraíso prístino del Índico siempre ha sido concebido como un oasis al que volver siempre. Durante estos días, son muchas las bodas, lunas de miel y viajes románticos que se han visto cancelados a causa de la actual crisis sanitaria. Sin embargo, la paciencia es nuestra principal herramienta y la certeza de que volveremos a Maldivas, más tangible que nunca. Porque allí, en un Sandbank privado, o en los contornos de fragantes resorts, las luces del amor siguen encendidas y seguirán estándolo.
Pero si existe una luz, esa es la de la solidaridad, un sentimiento de tantos matices como posibilidades. Hay una luz que invita a aplaudir a nuestros sanitarios, pero también a tomar conciencia nosotros mismos de las medidas pertinentes para frenar esta pandemia.
Porque solo con la luz de la solidaridad, se encienden todas las demás.
Y sabemos, que para cuando todas lo hagan, la vida volverá a ser sueño.