Existen tantas formas de conocer el complejo religioso de Swayambhunath, en Nepal, como secretos esconde este icónico monumento en las cercanías de la ciudad de Katmandú.
Escrito por: Alberto Piernas
El peregrinaje de Rajiv y Anna a Swayambhunath
A Rajiv le hablaron una vez de la estupa de Swayambhunath y su nacimiento a partir de la llamado «flor de la auto-creación». Tras servirse un té con leche ha dejado a buen recaudo sus cabras y vuelve a mirar por la ventana: a lo lejos las montañas nevadas, tantos kilómetros y la promesa de seguir los pasos del Bodhisatva Manjushri, quien tuvo una vez la visión de una flor de loto en Swayambhunath que se transformó en colina y, con ella, en la famosa estupa.
Anna ha llegado desde Alemania y despierta en una habitación que huele a lumbre e incienso. La ha despertado el sonido de una campana a lo lejos que parece haber traído consigo algo de esperanza, sonido del silencio. Se calza las botas y comprueba el último mensaje de su ex novio, quien la impulsó a venir a Nepal, a volver a creer y andar.
Rajiv nota los pies cansados y piensa en la casa que ha dejado atrás. En el camino encuentra a otras personas que se apartan con una gracia ceremonial. Algunos son budistas, otros hindúes y unos pocos no saben cuál es su religión, pero tienen fe. Un paso más cerca, como decía Lao Tzu, filósofo al que Rajiv nunca conoció. «¿Será verdad que en Swayambhunath hay tantos monos cómo dicen?», se pregunta frente al cuenco de sopa thukpa, bien de fideos, huevo y vegetales. Algo reconfortante para afrontar el resto del camino.
Anna no sabe por dónde empezar. Levanta la mano pidiendo un rickshaw, pero esto no es Berlín. Comienza a andar bajo la lluvia, pasa por la Plaza Durbar, donde los edificios rojizos se antojan grandes obras de cerámica elaboradas por viejos dioses. Un paseo entre las tiendas de alfareros y de nuevo el sonido de la campana. En ese momento se pregunta qué espera encontrar al llegar a la estupa de la que tanto escuchó hablar.
Rajiv dará una vuelta a la rueda de plegarias, realizará una ofrenda a base de flores de caléndulas y encenderá una lámpara de mantequilla. También paseará entre las estupas votivas y verá de lejos a los monjes. Sus piernas parecen cansadas, ¿habrán comido las cabras? La ciudad se vislumbra a lo lejos y más que unos días, le parece toda una vida.
Finalmente Anna ha llegado. También le parece que el tiempo transcurrido podrían ser años pero aquí está, intentando olvidar. La lluvia parece amainar y un mono baja a jugar, quizá a buscar cacahuetes o incluso lápiz labial. Anna asciende por la escalera junto a un hombre de nombre desconocido. El peregrinaje de Anna consta de 365 escalones, el de Rajiv, 365 km.
A veces, esa distancia es la que diferencia al viajero del local. Pero siempre podemos burlar los tópicos con un viaje a Nepal diferente.