Más allá de ser una simple ave, la grulla cuellinegra es todo un símbolo de Bután. ¿Iniciamos el vuelo hacia el país más feliz del mundo?
Escrito por: Alberto Piernas
Grulla cuellinegra, la niña bonita de los Himalayas
El pavo real en India, el quetzal de Guatemala o el gallo francés. Muchos países del mundo cuentan con un ave como símbolo nacional, señal de orgullo pero, ante todo, motivo de tantas historias. Y en el caso de Bután, ese pequeño país que promete la felicidad entre dos gigantes como India y China, su cultura se rinde al encanto de la grulla cuellinegra.
Esta ave endémica de los Himalayas es la única grulla alpina del mundo y se caracterizan por un plumaje entre tonos grisáceos y negros, su corona roja y el cuello de color negro, de ahí su nombre. Sin embargo, uno de los aspectos más llamativos de la grulla cuellinegra reside en sus elegantes danzas de cortejo, todo un reclamo para leyendas y creencias populares.
Estos «bailes» son especialmente populares en Ladakh, al norte de India, donde el canto de las grullas cuellinegras evocan la canción de los humedales cada verano. Sin embargo, cuando se acerca noviembre estas aves emigran algo más hacia el sur. Concretamente, a un valle de Phobjikha, en las Montañas Negras de Bután, donde su presencia revoluciona a la población local en forma de festivales y rituales.
Bután, a vista de grulla cuellinegra
Si consultas nuestro calendario de festividades en Bután, comprobarás que cada otoño se celebra el llamado Festival de la Grulla Cuellinegra. Durante los primeros días de noviembre, grandes y pequeños alcanzan el Gangtey Goemba, uno de los monasterios nyingmapa más antiguos de Bután, asomado sobre una colina al valle de Phobjikha. Desde el patio, todos los asistentes comprueban la llegada de la majestuosa grulla cuellinegra que migra desde la meseta tibetana hasta el noroeste de Bután. A este día de contemplación continúan las canciones, bailes de máscaras y puestos de comida en la calle que ensalzan el gran milagro de la naturaleza, atrayendo a cientos de locales y viajeros llegados de todos los rincones del país.
Durante los meses siguientes al Festival de la Grulla Cuellinegra, estas aves se convierten en parte integral en la vida de los butaneses y se las puede ver entre las cabañas de Phobjikha o consumiendo bambú en los humedales alpinos. A su vez, su presencia alimenta cuentos y canciones locales y sí, incluso ejerce como fuente de inspiración para pintar los muros de algunos de los templos. Para los habitantes del valle de Phobjikha, estas grullas son símbolo de longevidad y su presencia, según la creencia, produce cosechas más prósperas y abundantes.
El poso cultural de la grulla cuellinegra es aquí tan importante que Bután comenzó a tomar medidas para salvaguardar su protección. En 2008, la introducción de la red eléctrica en el valle supuso una amenaza para las corrientes migratorias de esta ave, por lo que la organización sin ánimo de lucro Royal Society for Protection of Nature (RSPN) presionó al gobierno para instalar una red eléctrica subterránea con gran éxito.
A este triunfo siguió una ley que prohíbe la caza de esta especie, al mismo tiempo que los budistas han expandido el simbolismo de la grulla cuellinegra a otras comunidades religiosas de Bután, como los lamas de los valles de Phobjikha y Khotokha. Según los budistas, las grullas que sobrevuelan en círculos sobre un valle suponen un símbolo de buena suerte, de ahí que muchos agricultores comiencen la siembra del trigo días después de las llegadas de las grullas a Bután.
Más allá de ser una simple ave, la grulla cuellinegra evoca la perfecta conexión entre hombre y entorno, magia y realidad, pasado y futuro. Una conexión que confirma por qué Bután es un país ejemplar a la hora de hacer dialogar al ser humano con la naturaleza.
No te pierdas el Festival de la Grulla Cuellinegra durante tu próximo viaje a Bután.