Los días en Anegundi son cálidos y vibrantes. Comienzan con la llamada a la oración de la mezquita, continúa con el sonido de la naturaleza procedente que todo lo envuelve, los ladridos de los perros, el grito de una madre que llama a sus hijos. Mientras volvemos del desayuno del Coconut Tree, una puerta entreabierta invita a curiosear en el interior, donde tres mujeres permanecen sentadas en el suelo, conversando mientras sus manos entrelazan fibras del árbol del banano. 300 mujeres de Anegundi se han propuesto convertir su pueblo en un reclamo turístico, aprovechando su cercanía a los fastuosos templos de Hampi. Nandini, la coordinadora del Centro de Mujeres de Anegundi, nos cuenta que muchas de estas mujeres son repudiadas en sus propios hogares por «atreverse» a trabajar, llegando al punto de que muchas se refugian en esta asociación junto a sus hijos. Entre charlas cotidianas, estas artesanas miran de reojo y nos confirman que el cambio acaba de comenzar. Al sentarnos junto a una de ellas, les preguntamos por Svarga, pero no contesta. Simplemente nos dice que vayamos al templo de Hanuman, donde el sacerdote acude todos los jueves para invocar a los dioses todos los jueves al atardecer.