Escrito por: Tania Rodríguez
Cuentan las leyendas y gentes del Himalaya que ésta es la ciudad más antigua de todo el Valle de Katmandú, que el budismo llegó aquí antes que a ningún otro sitio y que los puntos cardinales tienen formas de estupas. Sea cierto o no, Latipur, también conocida como Patan, es una de las ciudades con más encanto y tradición que el viajero encontrará por tierras nepalíes.
A unos 8 km de la capital del país se halla Patan, bañada por el río Bagmati y ubicada en pleno Valle de Katmandú, el auténtico cruce de caminos de las antiguas civilizaciones continentales. Las montañas y la artesanía, el caos que reina en sus calles más transitadas y la hospitalidad de sus ciudadanos, hacen de esta urbe una parada obligatoria para todos aquellos que buscan la autenticidad. Patan fue diseñada respetando la forma del Dharma-Chakra budista, o lo que es lo mismo, la Rueda de la Justicia; por lo que en cada uno de los cuatro puntos cardinales que conforman la ciudad se sitúan las denominadas Estupas de Asoka, levantadas sobre montículos.
Una vez dentro de esta carismática urbe nepalí, el viajero pronto se dará cuenta de la importancia del patrimonio cultural y artístico de Patan. Cada puerta está tallada al detalle, cada templo erigido como si fuera único, cada patio cuidado como un edén perdido. El espacio que probablemente más llame la atención de la ciudad sea su fotografiada Plaza Durbar, considerada uno de los lugares con mayor concentración de obras arquitectónicas del mundo. Allí se sitúa el Palacio Real en el que vivía la dinastía Malla, que gobernó Nepal hasta el siglo XVIII. Se trata del edificio palaciego más antiguo y famoso del país, conocido por su espectacular Baño Real. Actualmente alberga un museo.
En la misma Plaza Durbar, rodeando al Palacio Real, el viajero se topará con otros templos igualmente impresionantes como Vishwanath, una pagoda de dos tejados y frisos de madera custodiada por dos elefantes y adornada con tallas de piedra dedicadas a Shiva. Otros santuarios destacados son el hindú Khrishna Mandir –realzado por infinidad de columnas-, o el Jagannarayan, el más longevo de toda la plaza, ejemplo viviente de la cultura newar.
Otro de los enclaves de obligada visita en Patan es el Templo Dorado o Bhaskerdev Samskarita Hiranyabarna Mahavihara, situado al norte de la plaza y cuya entrada está flanqueada por dos imponentes leones mitológicos. En su interior, se topa un patio repleto de molinillos de oración típicos así como multitud de figuras y grabados. Igualmente interesante es el templo Kumbeshwar, una llamativa pagoda de cinco plantas a la que acuden en peregrinación cada año miles de hindúes y donde –dicen- llega el agua del lago sagrado de Gosainkunda para llenar sus estanques.
Podríamos enumerar muchos más monumentos y santuarios, pero lo mejor que puede hacer el viajero para conocer Patan es perderse por sus calles repletas de vida y disfrutar en primera persona de alguno de sus múltiples festivales, como el de Machchhindra Jatra, eventos únicos que hacen de Patan una tierra bonita a rabiar, pensada para esos viajeros buscadores de ciudades perdidas.