Traducción de francés: Nuria González Santoalla
Érase una vez, en la India, una historia de amor entre un emperador mogol y su adorable esposa. En el siglo XVII, los trovadores inmortalizaban bajo sus sitares los amores de Shah Jahan y de Muntaz Mahal. Una historia verdadera, convertida en leyenda, ensalzada y magnificada. El todopoderoso emperador cultivaba en el secreto de su corazón una pasión indecible por su divina esposa. A fin de proteger a su amor, Mumtaz residía en un palacio lejos del tumulto y del caos del mundo, rodeada de magníficos jardines llamados Shalimar.
Para reencontrarse, Shah Jahan debía atravesar áridas estepas rodeadas de azules montañas. Cuando él cerraba los ojos la imaginaba preparase como una odalisca. Imaginaba los preciosos tapices de seda, los cojines brocados, sus sirvientes lanzando flores en su baño. Veía sus cabellos de oro, podía acariciar delicadamente el lunar de su piel y sentir su perfume. Las imágenes de ELLA surgían. Un seno. Un tobillo. La nuca. Sobre todo el lóbulo de la oreja, el hombro, y su boca, siempre. Más rápido, más rápido, la encontraba.
Repentinamente las caracolas susurraban en el aire vibrante, reduciendo al silencio el grito agudo de los pavos reales, alcanzando la meta de su periplo… los Jardines de Shalimar. Es entonces cuando percibió la diosa entre las diosas, en medio, resplandeciente. Oyó el choque de sus pulseras. Su sari bordado de oro susurrando bajo su fina y ligera silueta. Al fin vio su rostro y como si tanta belleza y emoción le vencieran, bajó los párpados.
Ella permanecía delante de él, sin hablar. Se tomó su tiempo para los detalles, saboreando el largo collar adornado con perlas, y lejos, en el hueco de su pecho, imaginando el secreto de su estela voluptuosa. Este amor que ellos vivían como una fiesta perpetua, les sumergía en otro lugar donde solo contaba el instante. Instante de amor que Shah Jahan quería inmortalizar… Él la arrastró hacia las orillas del lago.
Ni una garza en vuelo, ni un movimiento en el agua cuando ella montó a bordo de una ligera embarcación con fondo plano. El universo entero parecía contener su aliento, cuando delante de sus ojos, las aguas se separaron y cuatro puntas se abrieron paso en la superficie.
Subieron lentamente hacia el cielo dejando aparecer cuatro cúpulas de mármol blanco, encaramadas sobre minaretes que goteaban agua cristalina, y que encuadraban una gigantesca cúpula de mármol inmaculado. Las fachadas perforadas como bordados en la piedra, las galerías con elegantes arcadas, las balaustradas incrustadas de piedras semipreciosas… un palacio entero surgió de las aguas. Un regalo extraordinario. El Taj Mahal se reirá de los Templos y será una maravilla admirada por el mundo entero.