Traducción de francés: Nuria González Santoalla
Érase una vez, en la India, una historia de amor entre un emperador mogol y su adorable esposa. En el siglo XVII, los trovadores inmortalizaban bajo sus sitares los amores de Shah Jahan y de Muntaz Mahal. Una historia verdadera, convertida en leyenda, ensalzada y magnificada. El todopoderoso emperador cultivaba en el secreto de su corazón una pasión indecible por su divina esposa. A fin de proteger a su amor, Mumtaz residía en un palacio lejos del tumulto y del caos del mundo, rodeada de magníficos jardines llamados Shalimar.
Para reencontrarse, Shah Jahan debía atravesar áridas estepas rodeadas de azules montañas. Cuando él cerraba los ojos la imaginaba preparase como una odalisca. Imaginaba los preciosos tapices de seda, los cojines brocados, sus sirvientes lanzando flores en su baño. Veía sus cabellos de oro, podía acariciar delicadamente el lunar de su piel y sentir su perfume. Las imágenes de ELLA surgían. Un seno. Un tobillo. La nuca. Sobre todo el lóbulo de la oreja, el hombro, y su boca, siempre. Más rápido, más rápido, la encontraba.