El Esqueleto de la sombrilla es de madera. Es grande. La piel que lo cubre está hecha de hojas de palmera secas, dispuestas en forma escalonada. El suelo que me rodea es de arena, casi blanca. El círculo que forma la sombrilla es amplio. La mitad está tapada por una gran planta de hojas verdes que llegan hasta la arena. Desde la otra mitad en la que estoy tumbado sobre la hamaca veo el Índico con sus colores verdes, azules, turquesas que me recuerdan al Caribe venezolano de Los Roques. Al fondo varias islitas pequeñas, redondas, de color verde rodeadas por un anillo de arena blanca…
… Y entonces la mente se escurre recordando los días anteriores en un entorno no ya distinto sino radicalmente diferente. Delhi, Agra, Jaipur, Udaipur, Mumbai. Recuerdos imborrables salvo que mi cerebro se adentre en la oscuridad del Alzheimer. India, torbellino de gentes, coches, motos, tuc-tuc. Caos amable.
Ni un enfado o malas caras a pesar de esos atascos en los que pasa primero el que más valor tiene. Caos aparente. Vacas, perros, saris, niños en brazos de sus madres, mujeres con fardos de paja en la cabeza, con más altura que su propio cuerpo. Colores y más colores, destacando el azafrán y el amarillo que vas viendo por las calles y carretas indias. Carreteras y autovías de doble carril donde abundan lo que nosotros llamaríamos conductores suicidas pero que aquí es habitual encontrarlos viniendo a contramano… y nadie protesta. Eso sí, te avisan con la bocina, instrumento único de una orquesta que toca una música interminable en cualquier ciudad.
Pero Mumbai es diferente. Más occidentalizada. Tráfico enorme pero ordenado. Semáforos que todos o casi todos respetan, al menos eso me ha parecido. Mumbai es diferente. Enclavada en una especie de península que penetra en el mar Arábigo tiene un larguísimo paseo marítimo, donde por primera vez desde nuestra llegada a la India, vimos varias parejas de enamorados cogidos de la mano, situación escandalosa en otras ciudades como Jaipur o Udaipur.
Junto a edificios imponentes hay chabolas a pié de calle, pero me faltan los colores. Ya no veo el azafrán y apenas amarillos con lentejuelas que brillan, identificando a las mujeres musulmanas. Hay bastantes seguidores del Islam en Mumbai y muy pocos cristianos. Hemos visto algunas iglesias y entramos en una situada en un barrio residencial. Al entrar te das cuenta enseguida que es una iglesia india. No sólo porque casi todos se quitan los zapatos al entrar sino por los colores que adornan las paredes. Pasajes de la vida de Jesús y la Virgen María pintados sobre las paredes con muchos colores. Muy bonitas. En aquél barrio vimos mansiones donde viven algunos actores muy famosos y muy ricos de Bollywood. Dimos un paseo por la única playa limpia de Mumbai, llamada “Juju beach”. La gente se pasea y casi nadie se baña. Algunos se mojan los pies y por supuesto las mujeres siguen vestidas a pesar de que alguna se atrevía a meterse hasta la cintura. Pudor. Me di cuenta que aún faltan dos generaciones para que esto cambie. Dos generaciones en Mumbai pero probablemente varias más en otras ciudades de la India. Unas niñas nos piden hacerse una foto con nosotros. Encantados. Ya nos había pasado antes en otros lugares. Nosotros somos los raros para ellos y nos guardan de recuerdo. Con todas las fotos que yo he hecho de sus ropas y caras y resulta que el verdadero espectáculo para ellos somos nosotros. Muy interesante. Recuerdo que días antes cuando visitábamos el Taj Mahal, nos sentamos un rato en el exterior del mausoleo y las familias al pasar delante nuestro nos traían a sus niños para fotografiarlos entre nosotros. Teníamos algún atractivo especial para ellos. Es la India.
Pero volvamos al principio. Eran las 3 de la madrugada cuando aterrizamos en Delhi. Allí estaba esperándonos Misal, delegado de la Sociedad Geográfica de la Indias (SGI) y Gopal, el que iba a ser nuestro chófer durante casi todo el recorrido por esas tierras. Sin apenas haber dormido, casi a las 5 am entrábamos en la habitación del hotel en el piso 22. De luxe, quizás excesiva pero daba gusto. Esta impresión ha sido común en todos los hoteles en los que hemos estado. Habitaciones maravillosas, pero que las disfrutábamos poco tiempo porque la calle era el principal reclamo de nuestro viaje y sólo íbamos a dormir.
El primer día en Delhi descubrimos lo que he llamado “caos amable”. Coches, motos, bicis, tuc-tuc, rick-shaw, vacas, peatones. Todos invadiendo las calles en aparente desorden, formando atascos irresolubles, pero que al final consigues salvar, atravesando aquella plaza que parecía imposible cruzar… Y así por todos lados. Eso sí, en general calles muy amplias en Delhi, pero con miles de vehículos que atacan por todas partes. Espectáculo en sí mismo, visto desde nuestro confortable Toyota Innova, como si estuviéramos en una butaca situada en un palco del primer piso de un teatro junto al escenario. Gopal conducía con prudencia y a veces me hubiera gustado más atrevimiento en los atascos porque los demás invadían nuestro espacio en cuanto les dabas una oportunidad y te ibas quedando detrás, pero a la vez ese tipo de conducción nos ayudó a viajar muy relajados.
… y empezamos a probar la comida india. Ya la conocíamos de algún restaurante indio en España, pero hay bastantes diferencias. Mucha variedad de verduras, cocinada de varias formas, pero muy rica y “chicken” por todos lados, tandoori, al curry, masala o con otras salsas indescriptibles pero casi siempre con mucho hueso y poca carne. Spyce o normal, era la pregunta. Siempre normal que ya picaba lo suficiente aunque reconozco que muchas veces el “spyce” no era tanto. Hemos comido bien en general y además nuestro aparato digestivo se ha portado muy bien. Quizás los probióticos que hemos estado tomando nos han ayudado pero creo que la comida estaba bastante bien preparada. En el tema de la gastronomía, como en el resto de nuestra aventura india, nos ayudaba mucho Gattu, nuestro fiel guía. Este muchacho de 28 añitos, que estaba “en capilla” porque se casaba unos días después, ha sido clave en nuestro viaje. Sociedad Geográfica de las Indias lo puso a nuestra disposición durante todo el viaje y tanto Inmaculada como yo hemos reconocido que ha sido una de las claves del éxito de este viaje. Además de enseñarnos templos, explicarnos muchos pasajes de la historia de la India y llevarnos por algunos lugares especiales nos ha permitido conocer, gracias a las numerosas conversaciones sobre temas claves, la estructura y tradiciones familiares hindúes y las grandes contradicciones que tienen todas las sociedades que siguen ancladas en el pasado pero que empiezan a convivir con la forma de vida occidental. Pocas cosas puedo contar de Delhi. Estupendo hotel Lalit 5 *. Vimos algunos templos y alguna mezquita y sobre todo me quedo con el recuerdo de un minarete asombroso: Qutab Minar ¡¡impresionante!! El minarete de ladrillo más alto del mundo. La belleza de su forma cónica de telescopio invertido, la altura y sobre todo el pensar que se elevó entre el siglo XII y XIV, me han impresionado. Reconozco que fue lo que más me gustó de nuestras visitas “turísticas“ en Delhi.
También me gustó mucho la visita al templo Gurdwara Bangla Sahib, templo muy especial. Hay que entrar descalzo desde la calle y aunque en los alrededores te das cuenta que es sij porque ves turbantes por todos lados, también ves mucha gente entrando si vas al mediodía, porque dan comida gratis a todo el que se acerque al templo. La comunidad sij debe ser muy generosa porque todos los días del año sin excepción se preparan en su gran cocina cientos de raciones de comida que se sirven en bandejas compartimentadas tipo cuartel. La gente va entrando en un gran salón y se sienta en el suelo con su bandeja. Los voluntarios que todos los días dedican un tiempo a esta actividad, van repartiendo la comida y cuando acaban de comer, la sala se vuelve a llenar con otra tanda de gente que está esperando su turno para entrar… y así todos los días. Visité la cocina enorme donde se guisaba en grandes ollas y había una máquina para hacer cientos de “chapati”. Me invitaron a comer pero decliné la invitación porque Inmaculada se había quedado fuera. Me hubiera gustado comer entre ellos y lo recomiendo a cualquiera que visite ese templo… muy interesante.
En Delhi visitamos la casa donde Gandhi pasó los últimos momentos de su vida. En esa casa todo recuerda a Gandhi, verdadero dios de la India. Sus últimos pasos con las huellas de sus pies sobre un pasillo de cemento hasta el pequeño estrado donde mientras hablaba a sus seguidores, su asesino le disparó. Museo sencillo, como era él y en el que sólo hay fotos, algunas prendas como las que él usó y defendió, frente a la vestimenta de los dominadores ingleses. En Mumbai también visitamos otro museo dedicado a su memoria, en una casa donde vivió una temporada y en la que se repetían escenas de su vida con figuras de barro en diferentes escenarios en miniatura. Muchas fotografías y libros sobre su vida.
El paseo en rick-shaw por algunas calles del centro de Delhi, fue una experiencia inolvidable. La bici-taxi empujada por las piernas delgadas pero fibrosas del conductor en cuya mini cabina nos apretujábamos Inmaculada y yo sorteaba todo tipo de obstáculos en aquellas callejuelas tan estrechas cuyos bordes los formaban pequeñas tiendas entra las que se movían cientos de personas y motos y otros rick-shaw en un baile de movimientos anárquicos, con frenazos y arrancadas constantes rozándonos entre todos, pero sin un solo tropiezo o choque y por supuesto sin ninguna queja, rememorando constantemente lo que he comentado al principio como caos amable…
Y salimos hacia Agra. Decidimos ir por la “express way” (autopista) de peaje. Son 240 kms por una carretera más aburrida (ya tendríamos tiempo de palpar las carreteras reales otro día) pero queríamos llegar pronto y no en 7 u 8 horas, para poder ver el Taj Mahal al atardecer, verdadero y casi único motivo para visitar Agra. Desde el hotel de Delhi hasta el hotel de Agra tardamos 4 horas. En el camino pasamos por el circuito de fórmula I en el que hace dos semanas se celebró la penúltima carrera del campeonato del mundo.
El Taj Mahal, desde luego impresiona cuando lo ves desde lejos. Una vez dentro del gran recinto con jardines y estanques que tiene delante, las miles de personas que lo están visitando le quitan encanto. Parece que nos ha tocado verlo durante una semana en la que hay vacaciones y se nota. Muchas familias acuden a visitarlo y como referí al principio, quieren fotografiarse con nosotros. Aprovecho y les dejo mi máquina para llevarme yo también su recuerdo. El mausoleo, porque aquella maravilla sólo es una tumba en recuerdo y homenaje del emperador mogol Shah Jahan y a su esposa favorita Mumtaz Mahal, a la que debía amar de verdad a la vista de lo que hizo en su recuerdo. Es impresionante. Mármol blanco por todos lados, pero mucha gente, demasiada. Me imagino que si estuviéramos solos las sensaciones serían diferentes.
Volvemos al hotel ITC Mughal. Muy bonito. Una suite enorme, de nuevo excesiva, pero que permitía acceder a un “lounge” donde nos invitaban a una copa con alcohol indio (Blue Gin o whisky 100 Pipers). El camarero también nos sirvió sin pedirlas, dos hamburguesas deliciosas, que fue nuestra cena. Ventajas de tener una habitación cara. El Spa es impresionante. Lo visitamos pero no lo utilizamos… y a la cama.