Escrito por: Gemma Raquel García @gemmaraquel
Gaudí se quedaría de piedra si conociera el Rockgarden.
Un humilde empleo, como inspector de caminos, y una bici, pueden ser suficientes para concebir una joya arquitectónica. Nek Chand (1924) aún hoy cautiva admiración en su país natal, la India, por un jardín de piedra, que puso en pie bajo esos dos únicos supuestos.
Su familia llegó a Chandigarh en el momento oportuno. Cuando el arquitecto suizo Le Corbusier estaba acometiendo la reestructuración de la ciudad por encargo de Nehru, el primer político en gobernar una India independiente. La consigna era crear una utopía. La primera ciudad india con un plan integral arquitectónico. Carreteras bien demarcadas. Calles cuadriculadas. Un lago artificial. Y un carril bici.
Chand inspeccionaba los caminos durante el día y trabajaba en un jardín secreto por las noches. En sus frecuentes paseos por la jungla descubrió un riachuelo. Despejó la zona y comenzó a construir un jardín privado. Adjudicarse aquella tierra era ilegal. Era suelo urbanizable destinado a casas para los habitantes de Chandigarh.
¿Basura o arte?
Fueron siete años de idas y venidas furtivas, cargando piedras de formas asombrosas, y otros ocho años más acumulando desechos industriales, plásticos, enchufes, bangels (los brazaletes de las mujeres hindús), tazas, vasijas, cerámicas de todo tipo, y hasta el pelo del que se deshacen los barberos. Todo, lo que a primera vista podríamos calificar de basura. Todo, transportado en una bicicleta.
Chand veía en aquellas piedras y objetos en desuso, un reino olvidado de palacios y templos habitados por monos, caballos, aves, canguros, mujeres, hombres de tres cabezas, y otros seres fantásticos.
Lo que comenzó en 1958 por puro entretenimiento, o síndrome de Diógenes, hoy es una colosal colección de 20.000 piedras. Rocas hacinadas en torno a una pequeña cabaña donde le gustaba dormir y aislarse tras contemplarlas.
En 1973, el doctor S.K. Sharma se topó accidentalmente con ese jardín de rocas o Rock Garden en medio de una incursión antimalaria a la jungla. Lo comunicó al alcalde y éste propuso al comité paisajístico de Chandigarh preservarlo y no urbanizar la zona. Aquel hallazgo merecía la pena.
Jungla de piedra
Las autoridades acordaron pagar a Chand un salario, liberarle de la tarea de limpieza de caminos, y ayudarle a terminar su jardín poniendo a su servicio 50 peones. Gracias a esa decisión hoy podemos disfrutar de un laberinto de 160.000 metros cuadrados de piedras.
Es muy gratificante acercarse a ellas e ir descubriendo sus adornos. Son piedras con alma. Piedras disfrazadas con bangels, enchufes o porcelana rota. Figuras insertas en una garganta rocosa. El emplazamiento escarpado del parque permitió crear catorce cámaras diferenciadas en su recorrido.
Las esculturas se bañan en las cascadas del riachuelo, se refugian en los templos, o acechan cercanas a un anfiteatro. El camino, de un único sentido y tupido de mosaicos, obliga al visitante a agachar la cabeza en el umbral de cada puerta. Un gesto de humildad ante el asombro. Un paisaje con ecos modernistas, semejante al Parque Güell de Antoni Gaudí. Quizás más mágico.
En lo que una vez fue la jungla, se yerguen caminos semiocultos de piedra habitados por ejércitos de animales y seres más o menos humanos. La India aguarda a ser descubierta.