Escrito por: Esther Pardo
Sólo los más valientes se han atrevido con ella. La cordillera más temida del Himalaya es el orgullo de Nepal, y la cara sur del Annapurna I la pesadilla para muchos montañeros que se han dejado la vida al intentar la escalada del “ochomil” más sanguinario del planeta.
Si para el capitán Ahab la obsesión tiene forma de ballena blanca en Moby Dick, para cualquier gran alpinista el mayor de sus retos está siempre a los pies de la cordillera nepalí.
Muchos de ellos han visto o sufrido las consecuencias del más famoso de los seis picos, el Annapurna I, que junto al Annapurna II, Annapurna III, Annapurna IV, Gangapurna y Annapurna Sur conforman la mítica cadena montañosa.
Glaciares verticales y tremendas barreras de roca, unidos a los frecuentes aludes y desprendimientos de piedra han fomentado la épica y la leyenda de este, bello y cruel a partes iguales, accidente geográfico.
Los franceses Maurice Herzog y Louis Lachenal fueron los primeros en conquistar su cumbre en 1950, abriendo así la denominada “ruta francesa” por la cara norte. Al primero, le costó los dedos de las manos y al segundo, sus pies. Aunque a día de hoy, la falta de pruebas hace sospechar de la veracidad total del ascenso. Respecto a la sur, la cara más mortífera, con unas tremendas rachas de viento que pueden llegar a los -90º, no fue vencida hasta 1970 por una expedición británica comandada por el todavía vivo Sir Chris Bonington y que se llevó la vida de su compañero Ian Clough. Y es que esta montaña casi siempre cobra un alto precio por dejarse conquistar. Cuatro años más tarde, los españoles Josep Manuel Anglada, Jordi Pons y Emili Civis pasaron a la historia hollando el lado este.
No obstante, los nepalíes han conseguido sacar partido de los 8.091 metros del décimo pico más alto del mundo creando una profesión para ayudar a los extranjeros en sus conquistas: la de sherpa.
El nombre proviene de un grupo étnico procedente del Tíbet que se fue desplazando a tierras nepalíes en busca de supervivencia. Aquí empezaron a dedicarse a esta tarea, aunque actualmente no todos los porteadores pertenecen a esta etnia. Tanto para los trabajadores de la montaña como para los obsesionados con domarla, el Annapurna supone siempre una puesta al límite de la propia vida. Muchos de ellos no se han resistido a relatar sus experiencias en medios de comunicación o dejarlas en relatos. Porque para todo el que se ha acercado a ella, hay un antes y un después en sus vidas.