Escrito por: Javier Galán
Lo complicado de viajar es entenderte con la gente cuyo país visitas, pero con respeto y paciencia es posible. Comenzar comprendiendo los nombres, pasar a comentar el frío o calor que hace y terminar hablando de comida. Si se llega hasta ese punto en Nepal, es perfectamente posible que el nepalí con quien dialogas te explique que lo que comió hoy se parece mucho a lo que cenó ayer, desayunó hace dos días y piensa rebañar en su plato mañana.
La comida asiática se basa tanto en el arroz que es fácil criticar su escasa diversidad culinaria. Y más monótona será aún si se bordea el nivel de pobreza, como dirían unos, o sencillez, que dirían otros, de la manera en la que lo hace Nepal. Nadie viene aquí por su variedad gastronómica. Gran parte de la población es vegetariana, ya sea por convicción o por necesidad. Las vacas sagradas ni se tocan, y tampoco hay mucha más carne disponible para los locales. ¿Qué queda? Arroz y verduras.
El asunto es diferente para el turista. Sobre todo en Khatmandú, donde se pueden encontrar restaurantes de todos los estilos de comida del mundo. Pero la pregunta es ¿quién se marcha a Nepal para tragarse una pizza?
Cierto que el llamado daal bhaat tarkari, plato nacional de sopa de arroz, lentejas y verduras al curry, termina cansando. Es entonces cuando uno se lanza a probar la influencia de otras cocinas en la nepalí. Platos que han ido evolucionando, como el chow mein chino, se pueden encontrar en cualquier local. O los momos tibetanos, una especie de empanadillas al vapor rellenas de patata o verduras de hoja, pero también de carne de búfalo o de cabra, dependiendo de dónde se pida.
Lo bueno de estos platos es que cada bocado puede ser diferente. Porque es en las salsas que los acompañan donde se vuelca el resto de la imaginación. Es complicado saber de qué estarán hechas, pero lo más probable es que piquen. La profusión de especias es famosa, y el chili siempre aparece en algún recoveco del plato.
En cuanto a los postres, la dulcérrima influencia india se nota en cada bocado. Curiosas son las bolas de leche (rasbari), una especie de arroz con leche (kheer) o los lacitos caramelizados llamados julebi.
Pero dejemos de lado bocados que un diabético no debería ni mirar. Para beber, aunque hay un par de marcas de cervezas locales (estaba claro que una de ellas se iba a llamar Everest), lo que realmente disfrutan los propios nepalís son los tés. Encontramos dos variedades realmente curiosas: la nepalí chiya, cuyas hojas se hierven con leche, especias y azúcar. Y el indescriptible té tibetano. Té negro mezclado con sal y mantequilla de yak. Aún está por descubrir algún extranjero que pueda soportarlo.