Escrito por: Esther Pardo
S.A. Maharaní. Prem Kaur de Kapurthala. Ana María Delgado Briones (1890-1962).
Así reza la lápida de una malagueña que se convirtió en testigo de excepción de la historia de India en la época de los maharajás.
Anita, afincada en Madrid junto a su familia, se ganaba la vida como bailarina en uno de los centros de la bohemia madrileña de principios del siglo XX: el Central- Kursaal. Allí las “Hermanas Camelias”, nombre artístico de la pareja formada junto a su hermana, actuaban de teloneras para artistas de la talla de Pastora Imperio o la Argentina. La falta de destreza en el baile de la andaluza no le importó lo más mínimo al espectador de excepción que cambiaría su vida para siempre. No era otro que el maharajá de Kapurthala, Jagatjit Singh, quien estaba en la capital como invitado del enlace de Alfonso XIII y Victoria Eugenia. El maharajá, uno de los príncipes más ricos de la India, tuvo que abandonar la ciudad por el atentado del anarquista Mateo Morral sin conseguir que Anita correspondiera a su amor. Sin embargo, el maharajá, desde su nuevo destino en París, insistió tanto que la bailarina, asesorada por amigos como Valle-Inclán, Ricardo Baroja o Julio Romero de Torres, decidió embarcarse, con apenas 17 años, en la aventura de dejar su vida en España para seguir al que se convertiría en su marido, sin saber qué iba a encontrarse al otro lado del mundo.
Tras unos meses en Francia, donde se formó a la joven para que estuviera a la altura de su nuevo estatus, Anita cruzó el océano hasta llegar al noroeste de la India para celebrar una boda sij por todo lo alto. Ese mismo año, en 1908, nació su primer y único hijo.
La niña iletrada llegó al Punjab montada en un elefante para ser presentada ante sus súbditos y sabiendo francés, inglés, protocolo internacional, música… Pero nadie le había aleccionado acerca de las costumbres locales. Y más en concreto, sobre la práctica de la poligamia.
Pese a que Singh contaba con un harén, la “Rani extranjera” fue su preferida porque ella no se conformó con ser una más. Su carácter luchador y sus inquietudes la convirtieron en su consejera y en compañera de los viajes que él hacía por todo el mundo. Gracias a ello, la maharaní vivió en primera persona el lujo y excesos de la época de los maharajás; también los primeros movimientos que más tarde propiciarían la independencia de la que entonces todavía era colonia británica. Además, se empapó de las costumbres de su nuevo país, enfrentándose a algunas de ellas, como al infanticidio o la muerte ritual de las viudas. Todos estos periplos los inmortalizó en su diario, artículos y en el libro “Impresiones de mis viajes a las Indias” y más tarde, Javier Moro, escribiría un libro dedicado a ella: «Pasión India».
Después de la Primera Guerra Mundial, que vivió ayudando en el abastecimiento de hospitales de los Aliados, empezó un distanciamiento con su marido que terminaría en divorcio en 1925. Fue entonces cuando Anita decidió abandonar el país para siempre y establecerse de nuevo en Europa; aunque siempre seguiría de cerca las noticias que llegaban de India, incluidas la independencia y la muerte de su ex marido, a quien le seguía uniendo una relación de amistad. Ella falleció en Madrid, a los 72 años, después de una vida con la que ni siquiera se hubiera atrevido a soñar.