Escrito por: Esther Pardo
Hay lugares en el mundo que, pese a la belleza de sus tierras, parecen destinados a no encontrar la paz. Cachemira es uno de ellos. Su historia y su hermoso paisaje están asociados a la lucha, desde que en 1947 India y Pakistán lograran su independencia y ambos desearan anexionar a su territorio un pedazo del paraíso en la tierra.
Ocupada por ejércitos, escenario de guerra de guerrillas y terrorismo desde hace más de 60 años, todo lo bueno que parecía estar destinado a Cachemira se frustró por los deseos de conquista de sus vecinos. Cuando el Imperio Británico salió del subcontinente indio, se produjo la partición del mismo entre las zonas de mayoría hindú (India) y las de preeminencia islámica (Pakistán). Sin embargo, la región de Cachemira situada entre ambas (al norte de India y al este de Pakistán), pese a ser mayoritariamente musulmana, tenía un gobernante hindú, y ambos nuevos países decidieron que esta zona fronteriza estratégica era una petición irrenunciable para ambos. Por ello, nunca se llevó a cabo el referéndum propuesto en principio para que los propios cachemires decidieran sobre su futuro.
Así comenzó la primera guerra que finalizó en 1948 marcando una Línea de Control que delimita las posiciones de los ejércitos de ambas potencias. A este primer conflicto bélico se le unieron otras dos guerras indo-pakistaníes (1965 y 1971, esta última por la separación de Bangladesh), y a punto estuvo de celebrarse una cuarta en 2002, cuando ambas potencias ya contaban con armamento nuclear, por lo que tuvieron a todo el continente en vilo ante la que pudo haber sido la primera guerra atómica.
En la actualidad, India ocupa un 45% del territorio mientras que Pakistán hace lo propio con un tercio y China con el resto de territorio, obtenido tras un conflicto con India en 1962.
Las familias cachemires, casi todas marcadas por el conflicto, continúan con el deseo de independizarse de los dos yugos que la someten desde 1947. De ahí, que pasaran de ser partidarios de uno u otro bando, a optar por sus propios intereses independentistas en los años 80, provocando el estallido en 1989 de una revuelta contra la presencia india en el Estado de Jammu-Cachemira. Fue entonces cuando Pakistán trató de transformar estos movimientos de independencia por unos de anexión a su territorio. No lo consiguieron. La represión por parte del gobierno indio fue brutal, tanto en esa década como en los 90, y enfrió, más si cabe, las relaciones con Islamabad, acusándoles de apoyar y suministrar armas a los independentistas.
En la actualidad, ni en Pakistán ni en India hay deseos de dejarla libre, pese a que se respire cierta calma en el polvorín. “El Valle Feliz”, como era denominado por los ingleses, todavía sigue anhelando libertad para poder disfrutar en calma del verdor de sus valles, del azul limpio del cielo y de las blancas cumbres del Himalaya, sin que bajo ese paisaje se esconda la muerte.
Las guerras no son la solución, las ambiciones son producto de dos o tres representantes de un estado y no es posible que sufran por culpa de ellos los humildes pobladores de esta región, hay niños con futuro, ancianos que piden dignidad para disfrutar de la belleza de sus regiones.
¡Basta de guerras, basta de ambiciones personales! ¡Viva la paz en el mundo! ¡Viva la inocencia de los seres humanos!