Ser el ave más bella del mundo también tiene sus problemas.
Escrito por: Alberto Piernas
Hera, Alejandro Magno, Marco Polo… a lo largo de la historia todo el mundo ha estado fascinado por mi cola de plumas. Sí, esa tan vistosa que engloba formas de ojos y evoca los ciclos de la naturaleza. Sin embargo, ser el ave más bella del mundo, también conlleva sus problemas. Mi cola es tan vistosa que soy un objetivo fácil para los depredadores, de ahí que – entre mis habilidades – cuente con hasta 13 formas de emitir sonidos. Además, soy una de las aves más grandes capaces de volar – aunque tampoco me pidas emigrar a otro país – y existe un opresor que nunca se me resiste, como es la serpiente.
Causo fascinación, lo sé. A lo largo de los siglos, sabios eruditos se han concentrado en torno a mí en selvas remotas, y los jainas codician mis plumas para elaborar exquisitos plumeros con los que barren los templos. Soy un ave que transmite buena suerte: lo saben los conductores que guardan mis plumas en la guantera y quienes imitan mis bailes de cortejo en las danzas folclóricas de India, Sri Lanka o Nepal. Por algo soy el ave nacional de India y, sospecho, no pueden vivir sin mí, especialmente en las semanas previas al monzón. Hacia mayo, los agricultores, desesperados, me observan desde la lejanía esperando que despliegue mi cola en señal de lluvia y cuando el calor aprieta, y ya es casi insoportable, todos meten las cabezas en sandías hasta que doy la alarma y las nubes bendicen la tierra. Yo soy así.
En la antigüedad serví de montura a Karttikeya, el dios de la guerra; he sido símbolo del mismo Paraíso de los cristianos y las doncellas de la Antigua Grecia se peleaban por tenerme en sus jardines. Soy la Fuente de la Vida, el símbolo del trueno en la antigua Ceilán y hasta parte del testamento del rey Salomón, aunque a veces los musulmanes me representan como Iblís, el jefe de los demonios.
La historia ha estado llena de celebridades, escritores, emperadores y maharajás obsesionados conmigo. De ahí que mi figura esté representado a lo largo y ancho de muchos países. Hay un retrato mío en las gopuram (o torres umbral) de templos como el de Rathinagiri, en Vellore; o el templo Kapaleeswarar, cerca de Chennai. En los pórticos del Palacio de Jaipur y hasta un templo hecho a imagen y semejanza de mis plumas en Bangalore. No es un delirio, es la realidad.
Canto en las selvas de Goa, aparezco cuando todo el mundo festeja Diwali en Tamil Nadu, no me asustan los petardos, yo soy el pasado, el presente y el futuro. Soy fuegos artificiales, especialmente cuando mi color es blanco, soy inmortal, soy el alfa y el omega pero, aunque os lo digan, nunca fui vanidoso.