La Luna tiene algo que decirnos a su paso por India.
Escrito por: Alberto Piernas
Soy la luna en India
Llevo miles, millones de años aquí arriba, y el mundo aún me mira a lo lejos, tratando de descifrar mis misterios. Me ocurre en las selvas de Indonesia y en el más profundo desierto, en un pueblo del sur de Italia donde blanqueo la ropa tendida y en Mauritania, cuyos cuentos dicen que el sol me envidia, pero mienten. Sin embargo, existe un país del mundo al que siempre me gusta asomarme con especial curiosidad. En la India, el dios Chandra, padre de Buda, confía en mí para hacer crecer los cultivos, y cuando los hindúes duermen les susurro a través de un tercer ojo.
En un templo de Tamil Nadu conservan todos los estudios que han hecho sobre mí en una colección de hojas de palma desecadas que contienen el destino de todas las personas de la Tierra. Me dicen que soy inmortal, un estado del sueño, y yo me hincho, me sonrojo cual Luna de fuego, o fresa, qué vergüenza, yo solo sigo mi camino. La noche de Shiva – Mahāshivarātri la llaman – se celebra la noche 14 de la quincena en la que me vuelvo menguante, ya sabes, en esta vida tú y yo funcionamos por fases.
En mitad de los tapices de palmeras de Kerala, una mujer se ha tumbado en mitad de la selva mientras la noche apoya los codos. Y me mira, yo le respondo e intento acercarme. A veces incluso, cuando nadie mira, aprovecho para darme un baño en el mar y arrojar nuevos bancos de peces a los pueblos costeros donde las barcas de colores son ahora plateadas. Los minaretes del Taj Mahal me hacen cosquillas, pero no importa, porque bajo mi luz han nacido muchas historias de amor. Una niña en mitad de Madhya Pradesh, rodeada de selva y mil ojos amarillos, no tiene móvil ni GPS, pero yo me convierto en linterna y la guío de vuelta a casa.
A veces me meto en el bolsillo de un shadu, por ti sí lo hago. Y a vosotros, los sabios Vedas, os ofrezco la misteriosa bebida Soma para que podamos hablar más allá de la medianoche. Me tengo que ir, le toca el turno al sol que se lleva la mejor parte porque él ilumina a los primeros navegantes del Ganges mientras yo contemplo las cremaciones de Varanasi al anochecer. Me voy hacia el oeste, cargada de aroma a sándalo y guirnaldas. En Pakistán me esperan junto a una mezquita y en Irán impulsaré nuevas alfombras mágicas. Pero volveré al día siguiente con la esperanza de poder quedarme eternamente en ti, India.